Nunca
es un buen día para que se te olviden las llaves, pero los hay mejores y
peores. Por ejemplo, un día no tan malo para tener este común despiste, sería
aquel en el que sabes que habrá alguien aguardando a que tú, y tu mente
olvidadiza, llaméis a la puerta de forma desesperada en busca del arca
perdida. Por otro lado, un día no tan conveniente sería el que me tocó a
mi, aunque aquí entramos en la parte positiva de estar donde estoy, ya que,
aunque me viese ligeramente forzada a ello, fue una jornada totalmente dedicada
al descubrimiento de nuevos rincones en mi querida Berlín.
La
historia comienza hace un par -quizá más- de amaneceres; estaba yo en el
autobús volviendo a casa tras dejar a los niños en el cole, cuando a un par de
paradas para llegar a mi destino, una sensación fatal se me apareció de repente
y a esta le sucedió una pregunta que sembró el pánico en mi: ¿había
cogido las llaves? La respuesta estaba clara desde el principio,
porque esas corazonadas que solemos tener en casos como estos (haber perdido el
móvil, la cartera en la caja del súper, etc.) en rara ocasión suelen estar
equivocadas. Mas ingenua de mi, rebusqué y rebusqué en mi mochila, con la
esperanza de oír su alegre tintineo... Pero nada, ahí no había llave alguna y,
por supuesto, nadie en casa a quien acudir, con lo que se me plantaban por
delante unas diez horas de libre albedrío por la capital alemana. No estaba
mal, si no fuese por el hecho de que a las ocho de la mañana (si es que
llegaba) no hay gran vitalidad y alborozo llenando las calles.
Por
suerte para mi, y para mucho de los hipsters que habitan nuestras tierras,
siempre hay un Starbucks abierto; bien para aprovecharlo con tu imac y tus
gafas de pasta o, como era mi caso, para resguardarme del frío matutino y
aprovechar el wifi para planear mi día. Así que cual buena gorrona ahí me
planté, con uno de esos tazones de café que parece que podrías bañarte en él y
mi mapa del metro, mientras diferentes individuos con aparatos electrónico y
manzanitas mordidas iban sumándose a mi alrededor.
Tras
pasar un buen rato decidiendo a qué me dedicaría y haciendo tiempo para que el
resto del mundo se pusiese en marcha, salí rumbo Boulevard Berlin.
Este lugar se encuentra el Schloßstraße, una calle
considerablemente larga en el distrito de Steglitz, en la zona
sudoeste de la ciudad. Dicha vía está ya de por si repleta de tiendas,
restaurantes, bancos, centros comerciales y todo tipo de sitios donde poder
fundir tu dinero; y fue algo tan capitalista y superfluo como este último lo
que llamó la atención:
Boulervard
Berlin no es sino el segundo centro comercial más grande de la ciudad, estamos
hablando de 76.000 m² de
todo tipo de comercios - más de 120 locales dedicados desde la venta de
ropa, ópticas, bares y de todo lo que podáis imaginar-, hasta el punto de que
(además de los correspondientes mapas con el popular "usted está
aquí") puedes encontrar postes que marcan en qué dirección están
los diferentes establecimientos, como si se tratasen de señales en las calles.Aunque no soy una persona amiga de esto del shopping, tales magnitudes me resultaron impresionantes; y además había wifi gratuito, lo cual añadió aun más belleza a ese monumento al señor Don Dinero.
Una vez saciada mi curiosidad por Boulevard Berin me puse en marcha al que sería mi destino estrella del día: Kreuzberg. Pero antes de llegar allí, volvamos a donde nos habíamos quedado: Schloßstraße. Desde esta localización, hasta la zona de Kreuzberg que quería visitar, hay unos 20km de distancia que, en condiciones normales, tardaría alrededor de 40 minutos en recorrer. Pero ¡ay, amigos! Cómo he dicho, eso sería en condiciones normales y este no era mi día más afortunado... Resultó que justo cuando mis llaves decidieron cogerse un día por asuntos propios (a pesar de que yo no he visto reflejado este derecho en ningún estatuto) los trabajadores del S-Bahn se unieron empezando su huelga.
El S-Bahn, para
aclararnos, es uno de los medios de transporte de Berlín, junto con el U-bahn,
formarían lo que conocemos como metro. Por lo que no es que todas las lineas estuviesen
paralizadas, pero si una gran parte, lo que hacía que moverse por la ciudad
fuese como una partida de tetris: encajando paradas de autobús, con líneas de
tren; además de un tráfico que daba miedo y una cantidad de gente apabullante
que inundaba el transporte público sin importar la hora.
Dicho
eso, me pareció que la mejor opción sería hacer una parada - como los aviones
que necesitan aterrizar a medio camino para poder continuar con su viaje- en Alexander
Platz, para comer, comprar, al fin, un plano de la ciudad y aprovecharme,
otra vez, de alguna red wifi. Como mis requisitos para elegir
"restaurante" no eran muy exquisitos, acabé en una mesa del KFC, que
está en la misma estación, llenándola con mi plano del metro, mi móvil ya
conectado a su red, un menú de una especie de nuggets de pollo y coca-cola y mi
nuevo y precioso mapa de Berlín.
Parece
una tontería, pero para alguien cuyo acceso a internet se limita a casas,
cafeterías y, con suerte, algún edificio público, un callejero puede ser su
mejor amigo; y yo había tardado demasiados días en hacerme con uno, con lo cual
mi alegría era inmensa al poder planear al detalle mis excursiones.
Como detalle, nada más
abrirlo y empezar a echarle un ojo, mi refresco decidió echar también un
vistazo más de cerca... Con lo que ahora tengo un lago de color marrón en mitad
del Mitte.
Una
vez alimentada, situada y habiendo hecho el puzzle de transportes que coger
hasta llegar a mi destino, salí de mi particular "estrella
michelin" para poner rumbo aun más al este: siguiente parada
Kreuzberg. Aunque habrá que esperar al próximo capítulo, el avión necesita
repostar. To be continued...
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