Capítulo 10: El convenio de las llaves de casa

Nunca es un buen día para que se te olviden las llaves, pero los hay mejores y peores. Por ejemplo, un día no tan malo para tener este común despiste, sería aquel en el que sabes que habrá alguien aguardando a que tú, y tu mente olvidadiza, llaméis a la puerta de forma desesperada en busca del arca perdida. Por otro lado, un día no tan conveniente sería el que me tocó a mi, aunque aquí entramos en la parte positiva de estar donde estoy, ya que, aunque me viese ligeramente forzada a ello, fue una jornada totalmente dedicada al descubrimiento de nuevos rincones en mi querida Berlín.

La historia comienza hace un par -quizá más- de amaneceres; estaba yo en el autobús volviendo a casa tras dejar a los niños en el cole, cuando a un par de paradas para llegar a mi destino, una sensación fatal se me apareció de repente y a esta le sucedió una pregunta que sembró el pánico en mi: ¿había cogido las llaves? La respuesta estaba clara desde el principio, porque esas corazonadas que solemos tener en casos como estos (haber perdido el móvil, la cartera en la caja del súper, etc.) en rara ocasión suelen estar equivocadas. Mas ingenua de mi, rebusqué y rebusqué en mi mochila, con la esperanza de oír su alegre tintineo... Pero nada, ahí no había llave alguna y, por supuesto, nadie en casa a quien acudir, con lo que se me plantaban por delante unas diez horas de libre albedrío por la capital alemana. No estaba mal, si no fuese por el hecho de que a las ocho de la mañana (si es que llegaba) no hay gran vitalidad y alborozo llenando las calles.

Por suerte para mi, y para mucho de los hipsters que habitan nuestras tierras, siempre hay un Starbucks abierto; bien para aprovecharlo con tu imac y tus gafas de pasta o, como era mi caso, para resguardarme del frío matutino y aprovechar el wifi para planear mi día. Así que cual buena gorrona ahí me planté, con uno de esos tazones de café que parece que podrías bañarte en él y mi mapa del metro, mientras diferentes individuos con aparatos electrónico y manzanitas mordidas iban sumándose a mi alrededor.

Tras pasar un buen rato decidiendo a qué me dedicaría y haciendo tiempo para que el resto del mundo se pusiese en marcha, salí rumbo Boulevard Berlin. Este lugar se encuentra el Schloßstraße, una calle considerablemente larga en el distrito de Steglitz, en la zona sudoeste de la ciudad. Dicha vía está ya de por si repleta de tiendas, restaurantes, bancos, centros comerciales y todo tipo de sitios donde poder fundir tu dinero; y fue algo tan capitalista y superfluo como este último lo que llamó la atención:
Boulervard Berlin no es sino el segundo centro comercial más grande de la ciudad, estamos hablando de 76.000 m² de todo tipo de comercios - más de 120 locales dedicados desde la venta de ropa, ópticas, bares y de todo lo que podáis imaginar-, hasta el punto de que (además de los correspondientes mapas con el popular "usted está aquí") puedes encontrar postes que marcan en qué dirección están los diferentes establecimientos, como si se tratasen de señales en las calles.Aunque no soy una persona amiga de esto del shopping, tales magnitudes me resultaron impresionantes; y además había wifi gratuito, lo cual añadió aun más belleza a ese monumento al señor Don Dinero

Una vez saciada mi curiosidad por Boulevard Berin me puse en marcha al que sería mi destino estrella del día: Kreuzberg. Pero antes de llegar allí, volvamos a donde nos habíamos quedado: Schloßstraße. Desde esta localización, hasta la zona de Kreuzberg que quería visitar, hay unos 20km de distancia que, en condiciones normales, tardaría alrededor de 40 minutos en recorrer. Pero ¡ay, amigos! Cómo he dicho, eso sería en condiciones normales y este no era mi día más afortunado... Resultó que justo cuando mis llaves decidieron cogerse un día por asuntos propios (a pesar de que yo no he visto reflejado este derecho en ningún estatuto) los trabajadores del S-Bahn se unieron empezando su huelga
El S-Bahn, para aclararnos, es uno de los medios de transporte de Berlín, junto con el U-bahn, formarían lo que conocemos como metro. Por lo que no es que todas las lineas estuviesen paralizadas, pero si una gran parte, lo que hacía que moverse por la ciudad fuese como una partida de tetris: encajando paradas de autobús, con líneas de tren; además de un tráfico que daba miedo y una cantidad de gente apabullante que inundaba el transporte público sin importar la hora.
Dicho eso, me pareció que la mejor opción sería hacer una parada - como los aviones que necesitan aterrizar a medio camino para poder continuar con su viaje- en Alexander Platz, para comer, comprar, al fin, un plano de la ciudad y aprovecharme, otra vez, de alguna red wifi. Como mis requisitos para elegir "restaurante" no eran muy exquisitos, acabé en una mesa del KFC, que está en la misma estación, llenándola con mi plano del metro, mi móvil ya conectado a su red, un menú de una especie de nuggets de pollo y coca-cola y mi nuevo y precioso mapa de Berlín.
Parece una tontería, pero para alguien cuyo acceso a internet se limita a casas, cafeterías y, con suerte, algún edificio público, un callejero puede ser su mejor amigo; y yo había tardado demasiados días en hacerme con uno, con lo cual mi alegría era inmensa al poder planear al detalle mis excursiones. 
Como detalle, nada más abrirlo y empezar a echarle un ojo, mi refresco decidió echar también un vistazo más de cerca... Con lo que ahora tengo un lago de color marrón en mitad del Mitte.
Una vez alimentada, situada y habiendo hecho el puzzle de transportes que coger hasta llegar a mi destino, salí de mi particular "estrella michelin" para poner rumbo aun más al este: siguiente parada Kreuzberg. Aunque habrá que esperar al próximo capítulo, el avión necesita repostar. To be continued...


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